miércoles, 23 de agosto de 2023

Apuntes para la Historia de Jalisco y Zacatecas Parte III

 

Apuntes para la Historia de Jalisco y Zacatecas

Bernardo Carlos Casas

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18 de diciembre de 2022

Colotlán en tiempos de don Porfirio

Existen noticias de otros tiempos, que ni siquiera las personas que vivieron en esa época las conocieron. Las razones pueden ser varias: medios de comunicación escasos; periodismo nulo, prensa ninguna, acaso un telégrafo medio funcional que cuando no descompuesto el aparato, rotos los alambres; pocos arrieros, muchos chismes.

 

A Colotlán había llegado el hilo telegráfico desde 1869. Se inauguró el servicio en una fecha muy señalada: 15 de septiembre de ese año, y la gente no cabía de gusto. Por tal motivo hubo fiesta popular, cohetes, dianas.

Días antes, el 9, El presidente de la república, Benito Juárez hizo el primer viaje inaugural de la línea ferrocarrilera entre la ciudad de Méjico y Puebla.

Las noticias corrían a paso de tortuga, aunque hubiera telégrafo, es por eso, que lo que en seguida comentamos, pocos lo supieron en su tiempo, y todavía lo ignoran las nuevas generaciones por ser nota que soterró el olvido y el tiempo.


Habían pasado los años, para ser exactos 19, de modo que estamos ya en 1888, cuando el encargado de cobrar los impuestos en Colotlán, el señor Albino Martínez, fue a Tlalcosahua acompañado de dos de sus auxiliares a fin de cumplir con su trabajo.

Dice la nota en el periódico Juan Panadero que los indios de Tlalcosahua no estaban dispuestos a pagar ninguna contribución al gobierno, por tanto, atacaron con piedras, palos y armas. Ellos eran doscientos decididos rebeldes que obligaron a don Albino a buscar refugio en la cocina de una casa contigua a la comisaría hasta donde llegaron los enfurecidos tlalcosahuenses, horadaron la azotea de la cocina y por ahí introdujeron “tlacotes” (¿serán ocotes?) encendidos y obligaron a los refugiados a salir.

Ya fuera don Albino y su gente desenfundaron armas, mataron a uno, hirieron a otros, sin embargo, la suerte estaba echada, don Albino recibió siete puñaladas por la espalda y otras siete por pecho y estómago y ya caído, los salvajes lo remataron a pedradas hasta hacerle mole la cabeza. (Ya no solo salvajes, sádicos)

Sabiendo la gracia que habían hecho huyeron hacia la sierra, hasta donde los alcanzó una partida que salió de Colotlán con el ánimo de auxiliar en forma tardía a don Albino. Lograron los perseguidores capturar a Gregorio Vásquez, capitán de los enardecidos rebeldes.

Don Albino dejó en el más atroz desamparo a su esposa e hijos pues entonces estaban muy lejos de alcanzarse los beneficios sociales que ahora se tienen. Fragmento del texto original:


Eso pasaba en Colotlán, mientras que en la presidencia de la república el ejecutivo tenía dificultades para ejecutar su labor. Para fin de comunicarse con sus secretarios disponía de un sistema arcaico: jalar un mecate que movía el badajo de una campana colocada en las oficinas de los secretarios. Por supuesto que ese modo de hacer las cosas hablaba de una terrible ineficiencia.

Los consejeros presidenciales desquitaron un poco su buen salario e investigaron que, en un pueblo de Jalisco, llamado Zapotlanejo, un humilde herrero, muy hábil, sacaba chispas pétreas, había modificado ciertos aparatos telegráficos y los había dejado mejor que los originales ingleses.

Máximo Dávalos, (dibujo de Fray Guerrero)

Máximo era campesino y herrero, oía hablar del telégrafo pero no sabía cómo era. Cuando llegó a Zapotlanejo el telégrafo, Máximo se asombró del invento y trabó amistad con Bartolomé Ballesteros, funda­dor del telégrafo en Guadalajara, quien al ver su interés le prestó un aparato. Dáva­los lo analizó y de inmediato se percató de su manera de funcionar y elaboró otro me­jor. Lo mostró a Ballesteros quien lo puso en manos del más experto de los telegra­fistas. El operador lo probó y resultó ser mejor que el original, es decir, mejor que los aparatos hasta ese momento en uso en Méjico.

Los telegrafistas tenían años que­riendo unir una señal con varias termina­les, sin lograrlo. Los autores franceses Bla­vie y Bruguete cuyos tratados de telegrafía eran los únicos en el mundo, nada decían sobre cómo dar solución a ese problema. Se lo plantearon a Dávalos quien les resol­vió el misterio y siguió fabricando piezas telegráficas en su pequeño taller.

Conocidas las habilidades de Máxi­mo Dávalos lo llamaron a la presidencia de la República le mostraron un aparato francés, se regresó a su pueblo, lo mejoró. En Méjico lo sometieron a compa­raciones con aparatos franceses e ingleses y los jueces, sin saber la procedencia, vie­ron que el de Zapotlanejo superaba a los otros dos.

Dávalos vive olvidado de sus propios coterráneos. No saben ni quién fue.

Zapotlanejo, Jal. (Foto BCC)


Este lugar se llamaba antes Santa María de la Paz. Pertenecía al municipio de Teúl, Zac. Logró ser municipio libre y ahora recibe el nombre de Ignacio Allende. Visítelo, es un fiel retrato de nuestros pueblos zacatecanos. (Aquí no hay peligro) foto: BCC.

Calvillo no asistió a la batalla de Puente de Calderón

 

No se puede hacer lo que no se puede; las leyes de la Física no fallan, lo imposible no es posible. El padre José Pablo Calvillo, por más que los historiadores lo pongan al lado de Hidalgo en el famoso encuentro con Calleja, aquel 17 de enero de 1811 en Puente de Calderón, no estuvo, porque el día 16 estaba bautizando niños en La Estanzuela (Hoy García de la Cadena, Zac.).

Los que sabemos de distancias, caminos calamitosos, veredas barranqueñas, tiempos de burros, días de arrieros, eneros gélidos, lumbradas, estamos seguros que es imposible. Para ir del bello pueblo de García de la Cadena a Puente de Calderón, en ese tiempo ni en el cuaco mejor enjaezado, con herraduras nuevas y sangre árabe, podríamos llegar a la batalla de un día para otro.

El camino de herradura del pueblo donde nació Leobardo Larios Guzmán baja a San Cristóbal de la Barranca pasa, a fuerza, por El Malacate. En este punto las carretas se volteaban y más tarde los camiones también. Con la carretera nueva (siglo XX) las curvas de nivel se corrigieron y no volvió a haber accidentes en ese tramo.

Para llegar del primero al segundo pueblo se hacía medio día con un buen arre y arre a puro chicotazo pollino. Otro medio día para llegar a Zapopan subiendo penosamente por El Escalón, El Colchón, Mesa de San Juan y puntos intermedios.

García de la Cadena, Zac. (foto BCC)

 

Presentamos este plano de Tepechitlán, Zac., año de 1880

(Tiene buena resolución en el archivo electrónico se puede amplificar y ver los nombres de las calles)

El Dios del Consumo

Por Nodehar D´Sckrevir

Nuestros indios, como yo, éramos esclavos del señor Quetzalcoatl, ocupaba nuestros corazones para transitar la oscura noche. El Dios del Consumo ocupa nuestra mentes para mantener la rueda girando. La rueda del adquirir y desechar. Adquirir y desechar. Adquirir  desechar. El código de barras es la escalera del altar por la que rueda nuestra libertad.

Yo soy indio muy poco ilustrado y por eso tomo prestado lo que otros dicen con ejemplar propiedad. El primer párrafo es casi copia fiel de lo dicho por Boris Viskin, en la revista Arqueología Mexicana No. 81, edición especial, agosto de 218.

 

Bernardo Carlos Casas  ya no es cronista municipal

Por Nodehar D´Sckrevir

En este rinconcito sí me siento libre de ataduras, sí soy yo; me veo libre de torzales, amarres y trincas, y entiendo que no es lo mismo andar de copión, que escribir de corazón. De corazón siento que Bernardo no lo siente por él. Él no siente nada, le vale un bonete, debería de sentirlo Tlaquepaque por él mismo, por el mismo municipio. Pierde mucho el que no gana.

Yo lo conozco. En los pocos años que se desempeñó como cronista municipal de un pueblo agradecido y culto, de mujeres hermosas y de hombres emprendedores, sacó, editó, publicó o como usted le llame, cuatro libros y lo nombraron Hijo Predilecto; sugirió que el pueblo tuviera escudo de armas y se puso a dar clases de Heráldica a profesores de la secundaria y alumnos avanzados para que ellos mismos, del mismo pueblo, saliera su escudo, y salió. Casi cual su idea heráldica, con incorporación de un detalle de Eréndira Guerrero, el escudo oficial de ese pueblo figura entre los mejor diseñados de los municipios del Estado de Jalisco. Bernardo tiene en diapositivas todos los trabajos que entonces (1985) se presentaron a concurso.

El mejor galardón de Carlos Casas es tener por esposa a la señora Juventina Rosas, hija del pueblo de San Martín Hidalgo, cuyos nombres nos habíamos reservado hasta este punto porque ella es digna de ese pueblo y ese pueblo es digno de ella.

Entrevisté a Bernardo:

—¿Sientes misión cumplida?

—Nunca por Tlaquepaque habrá quien pueda decir: misión cumplida.

—Queda mucho por hacer, ¿quieres decir?

—Lo hecho por mí en 32 años es un granito del desierto de Sonora.

—¿La historia de Tlaquepaque ¿No es microhistoria?

—No es. Si por ese término se quiere decir chica historia. Las chicas historias no existen en la provincia, porque en ella, en la provincia, tuvieron su origen las grandes historias. Son grandes para un municipio, son chicas para una nación, pero con todas se forma la historia.

—Entonces ¿debo entender que Tlaquepaque tiene mucha historia?

—Entiendes bien, amigo Nodehar. Díme ¿Quién ha escrito a fondo sobre los alfareros, peluqueros, sastres, ladrilleros, beisbolistas, boxeadores, luchadores, comerciantes, masones, mercaderes, lesbianas, prostitutas, homosexuales, albañiles, escultores, cantantes, bailarines, empleados de comercio, secretarias, criadas, políticos, prestamistas, limosneros, plomeros, carpinteros, mecánicos, vagos, alcohólicos etc.? La historia no son solo edificios, monumentos, calles, personajes de alcurnia, reformas, revoluciones y pandemias, somos todos nosotros.

— ¡Cuánta razón te asiste! Pero dime ¿tuviste apoyo para tus investigaciones y publicaciones?

—Te diré, unas veces sí,  oras NO. Ricardo Preciado fue la primera persona que tuvo fe ciega en mí. Había visto el primer libro sobre Tlaquepaque: Tus olorosos jarritos, y me dijo: “poco leo, pero ese sí lo leí, me gusto; siéntate allí.” Él era el vicepresidente. Apoyos irrestrictos, pocos tuve. Apoyos condicionados, muchos.

— ¿Alguien mostró duda de tu trabajo?

—Sí, casi todos los presidentes, empezando por Marcos Rosas. Me dijo: Sí a tu proyecto, de una serie de libros sobre varios temas de Tlaquepaque, si me presentas el primero Pinceladas históricas de Santa Anita para el dos de febrero. Era mediado de diciembre de 1995. Cumplí —a duras penas—, el dos de febrero de 96 se presentaba el trabajo en la Delegación de Santa Anita. El 20 del mismo febrero salió a luz  el segundo estudio Tlaquepaque, alma de Méjico. Ambos  tan modestos que más bien son folletos.

— ¿y cuáles fueron esas restricciones que dices?

—Con la primera bastaba para poner fuera a cualquiera. Marcos sabía que un mes no era suficiente, él con eso me dejaba fuera, pero pasé la prueba. Otra restricción fuera de toda lógica me puso: “que figure mi Círculo de Estudios Históricos de Tlaquepaque” Vergüenza debería de darles a esos del Círculo, nunca hicieron ¡Nada! Y se llevaron la gloria, se dejaron querer en los primeros 15 trabajos de la serie. Aquí justo es hacer una excepción, doña Carmen Ochoa, ella sí trabajó y sigue trabajando ahora con nosotros.

(Continuará)




 

 

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